domingo, 30 de enero de 2011

Presunción de heterosexualidad

"Y serás hetero hasta que se demuestre lo contrario."
Presunción de heterosexualidad


Una de las principales razones por las que hay que salir del armario es para romper la presunción de heterosexualidad, esa carga que nos ha caído a quienes no nos acomodamos al molde judeo-cristiano de “sexo para procreación”. Y es que la sexualidad no debería estar predefinida socialmente, como de hecho lo está, ni debería darse por sentada. Pero, claro, para ello deberíamos transformar el lenguaje, la forma de pensar de la gente, todo.

El pensamiento según la cual todos somos heterosexuales hasta que se demuestre lo contrario no es más que una forma encubierta de fascismo. Encubierta, digo, porque no la vimos nacer porque siempre ha estado ahí, incluso para nuestros abuelos y de una forma aún más rapaz; porque ni siquiera sabemos cuándo fue instituida ni cómo, y porque no tiene dirigentes o portavoces concretos. Es propiamente una tiranía de la masa social en general y, especialmente, una imposición de la cultura, esto es, específicamente de las costumbres y de la forma de ver y representar la realidad.

Sin embargo, el hecho de que siempre haya estado ahí para nosotros no quita que, una vez percibido, queramos removerlo. El heterofascismo es, sin duda, la forma de totalitarismo mejor aceptada y más extendida. Totalitarismo porque engloba una visión totalizadora de la realidad: el mundo como un todo heterosexual que se rige por los principios de lo masculino y lo femenino, y en el que el símbolo fálico es el dios.

Y, de vuelta al lenguaje, ¿qué se puede esperar de un idioma como el castellano que tiene género para todo? Desde siempre se nos ha enseñado lo femenino, lo masculino y sus roles. Lo masculino penetra, lo femenino es penetrado. Alguno se extrañará de que muchos gays sean afeminados: lo cierto es que no hacen más que reflejar unos patrones sociales de conducta de los que todos están imbuidos.

El mismo lenguaje supura esta filosofía, que tiene como mínimo el mismo tiempo que la cultura greco-latina. Lo cierto es que ni la realidad es tan simple ni penetrar consiste siempre en lo mismo ni todo tiene por qué girar entorno a lo fálico. Aunque si fuera por ver penes todo el día, a mí que me apunten. Todo el problema del falo no es que quiera derramar su vitalidad sino que algunos le hayan querido poner nombre. Algunos que se dicen siervos de dios, han tatuado con ardoroso deseo sexual y babosos labios llenos de casta y culpable lascivia la palabra mujer en esa poya, en la poya de la humanidad. Y han pretendido que el pene tuviera una dueña y señora, que no fuera libre, que no derramara su vitalidad donde quisiera sino que sólo eyaculara en su dueña y señora, en el útero fértil. Esos sacerdotes han castrado a la humanidad o lo han intentado. Pero no lo conseguirán. Al cabo, el instinto de vida del falo es más fuerte que la marca del pecado.

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