domingo, 31 de julio de 2011

Mariconadas

Una de las cosas que más me enerva del castellano, especialmente de la zona de la que soy originario, es el extensivo uso de palabras como “maricón”, “maricona”, “mariconada” y de expresiones del tipo: “a tomar por culo” o “jodido”. Las primeras ponen de relieve una hostilidad hacia el homosexual per se; las segundas, hacia el hecho de adoptar el rol pasivo en una relación que se entiende necesariamente en términos peyorativos. Nadie jode sin que haya alguien a quien joda y eso no puede implicar, en cualquier caso, nada bueno.

La gran “paradoja” de todo esto es que buena parte de ese lenguaje sexista no refleja la forma de pensar de la mayoría de los hablantes. Tal vez sí la de los de hace unas décadas, pero ya se sabe que el lenguaje cambia despacio y la auténtica corrección política, esa que destierra del lenguaje palabras ofensivas aunque se suelan utilizar de forma “inocuamente” familiar, parece que no ha llegado aún a muchos hispanohablantes. El castellano refleja, no obstante, una mentalidad especialmente machista. El lenguaje lleva implícito la filosofía de un pueblo: determina como éste se expresa, construye su discurso, siente, piensa e, incluso, sueña. En castellano todo está en términos de lo masculino o lo femenino, de penetrar o de ser penetrado, donde lo primero, esto es, masculino (= penetrar) es lo bueno y lo segundo (= ser penetrado), lo malo. Si no, pensémoslo dos veces. “Esto es un coñazo” (relativo a la mujer), “estoy jodido” (estoy penetrado), “me han jodido” (me han follado), “que te jodan/jódete” (que te follen), “esto es cojonudo” (relativo al hombre), “nenaza” (para qué comentarlo).

Evidentemente todo este juego de palabras no surge del azar ni es inocente. Probablemente tiene sus raíces en la peculiar forma de ver la sexualidad de los romanos, con un ligero barniz judeo-cristiano posterior. Desde mi ignorancia, no puedo afirmar en qué medida el resto de lenguas romances esconden el mismo sistema de pensamiento. Lo que sí puedo aventurar es que no es inocente. La fuerte connotación moral que encierran expresiones de tal calibre suponen para el hablante casi una cárcel de la que no puede escapar: puede ganar conciencia de la trampa del lenguaje, pero, en el fondo, como sólo podrá formular su pensamiento en ese lenguaje, digamos que no puede dejar de programar en lenguaje binario en un ordenador porque es el único lenguaje que conoce el sistema. La inmensa mayoría de gais utilizan en mayor o menor medida patrones de lenguaje que perpetúan ese modelo de pensamiento, aunque les perjudique, del mismo modo que lo hacen las mujeres. Abstraerse completamente de esos mecanismos torticeros del idioma es una tarea imposible, más aún en términos inconscientes y a la velocidad del lenguaje hablado. Esto no quiere decir, por el contrario, que el castellano esté condenado eternamente a ser un idioma tan sexista. Poco a poco pueden limarse aristas y emplearse de un modo menos hiriente un idioma que, por ahora, suele reflejar única y exclusivamente la postura del varón blanco heterosexual con una carencia alarmante de empatía.

Es cierto que a muchos les toca los cojones (otra expresión fetén) que haya piji-verde-progres “metiéndonos el dedo por el culo” con el tema de la corrección política. Amigos tan sensibles con las minorías como la reina Victoria con las lesbianas, ya se han manifestado en contra de intentos de promoción de un lenguaje no sexista. Ya me manifesté sobre esto en otra entrada. El problema de estos intentos es que ignoran el problema de fondo: los idiomas son de los hablantes y mientras los hablantes sigan teniendo una mentalidad sexista (en buena parte cultivada por el propio lenguaje desde la más tierna infancia), cualquier intento de cambiar el lenguaje será estéril.

miércoles, 27 de julio de 2011

Anuncio gay de la MTV: ¿el homosexual como hetero frustrado?

Hoy inicio una sección sobre anuncios. Cada vez son más los anuncios alusivos a la homosexualidad ya sean institucionales o comerciales. Muchos de ellos dan para plantearse preguntas sobre qué mensaje se transmite de la homosexualidad y qué imagen instalan, por tanto, en la audiencia que alcanzan y, en general, en la opinión pública.

El anuncio de la MTV que traigo hoy presenta a un chico muy guapo que está enamorado de dos chicas consecutivamente hasta que, al final, sin aparente éxito con ellas, acaba en un vestuario cerrando la puerta de su taquilla con un corazón que delataba su amor por Tom, un chico de su equipo. El anuncio cierra con un mensaje promoviendo el uso del preservativo, lo cual está muy bien, y puede trasladar el mensaje también a las chicas heterosexuales de que siempre deben usar protección porque el amor puede no entender de límites y que un chico guste de tirárselas no quiere decir que él no haya podido previamente poner el culo sin protección.

Pero, en cualquier caso, y con todo el respeto a la comunidad bisexual, me planteo la pregunta de si este anuncio presenta a los gays como heteros frustrados, como chicos que, no habiendo ligado con mujeres, acaban cayendo, enamorados de un chico, en la comunidad gay. Y es que el anuncio no se presenta como un anuncio bisexual sino como un anuncio gay (o al menos es así como lo ven en youtube, quien quiera que lo haya colgado). No parece, en cambio, que el mensaje final sea que la bisexualidad esté ahí. Pero este es otro debate. La bisexualidad es aún la gran desconocida y sojuzgada.

domingo, 24 de julio de 2011

Cuando se dice respeto, pero no se siente

Hace tiempo ya que mis compañeros de trabajo saben que soy gay. Al menos los que tengo más cercanos, con los que socializo más. De hecho, ya comentaba en una entrada como uno de ellos me dijo que lo respetaba, pero que no lo entendía.

Pues bien, parece que hay parte dos de esa conversación. Una que matiza muy bien de qué clase de respeto estamos hablando, uno que se asimila más a la tolerancia. Hace ya unas semanas le dije que me había enrollado con un tío la noche anterior. Detalle que le di para que supiera por qué no había salido con ellos ni saldría esa misma noche. Ante mis palabras, su cara sólo pudo expresar asco, con un lenguaje verbal tan claro como efusivo. Fue entonces cuando le interpelé: ¿qué pasa?, ¿te da asco? Ante mi pregunta bastante directa, sólo se le ocurrió repetir que lo respetaba, pero que sólo de imaginárselo, era como si su cabeza explotara. No era respeto, entonces, lo que verdaderamente tenía. Más bien, tolerancia.

Sí, me dejaba estar y me dejaba ser como soy, pero no iba a considerarme como a un igual, no iba, por tanto, a tratarme como un igual. Los demás compañeros de trabajo parecen reaccionar con naturalidad si hablamos de detalles de mi vida privada, no así como pasó con éste. La conversación siguió. Quería saber si alguna vez había visto a dos tíos besándose en persona. No me asombró que dijera que no, aunque luego caí en la cuenta de que sí se había dado el caso una vez que salimos juntos por una discoteca de la ciudad donde vivimos.

Es evidente que no es algo completamente nuevo para él. Viviendo en Europa occidental es casi imposible no haber estado alguna vez en contacto con alguien del entorno gay. Pero esa no es la cuestión. No se trata de tener la diversidad ahí sino de qué actitud tienes con respecto a ella. A él nunca se le habría ocurrido poner la misma cara de asco con algún tema de carácter racial. Sin embargo, por alguna razón que transciende culturas y fronteras, una actitud de condescendiente e irrespetuosa tolerancia hacia la homosexualidad y los homosexuales aún no está plenamente desterrada de nuestras sociedades. Es nuestra tarea cotidiana luchar por un respeto pleno: nada mejor que la visibilidad para lograrlo.

miércoles, 20 de julio de 2011

viernes, 15 de julio de 2011

Al anónimo de la entrada anterior

Gracias por tu comentario. Es cierto que me considero una persona resolutiva y que una vez que tomé la decisión de salir del armario y la llevé a cabo he sido bastante consecuente. También es verdad que al principio fue algo muy general: familia y amigos. Prácticamente todo el mundo de mi entorno se enteró por mí y el resto, por los demás. No sólo no di instrucciones de que no se divulgara la noticia sino que alenté que se supiera para quitarme de una vez ese miedo, esa inseguridad que me producía que la gente supiera que me gustan los tíos. 

Me costó asumirlo, es cierto. Mucho tiempo y a un coste alto. Mi vida sentimental ha sido nula hasta este último año y en ese sentido aún tengo mucho que aprender, pero salir tarde del armario y después de haber pasado por todo un proceso de catarsis personal tiene la ventaja de que aclara mucho las ideas, te reconcilia contigo mismo y te une a los demás. Ahora no hago una salida mensual del armario para mantener al día a la gente nueva que conozco, me parecería absurdo. La gente que más me importa ya lo sabe. A partir de ahí, el proceso de divulgación de esa información entre esa nueva gente es muy natural, como parte del proceso de conocer a alguien y dejarse conocer, de tener más o menos confianza. Todo el entorno con el que "socializo" y buena parte de mis compañeros de trabajo cercanos lo saben y no es una información que me pertenezca ya en exclusiva, con lo que no sé realmente quien lo sabe y quien no.

Después de todo, así es la vida. Mientras pueda aspirar a la felicidad, como todo el mundo, me conformo. Y en eso estamos. Como dejaron por escrito los padres fundadores de EEUU, la búsqueda de la felicidad es un derecho fundamental. A ningún homosexual se le debería privar de ello. El problema es que a veces interiorizamos tanto la axiomática tradicional de nuestro entorno que somos nosotros mismos los que nos ponemos los obstáculos. De ahí que salir del armario, como parte de un proceso mucho más profundo de maduración y aceptación personal sea un acto aún lleno de sentido.

Un saludo.

José

domingo, 10 de julio de 2011

Tolerancia cero ante la discriminación

Hace poco más de tres semanas, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU aprobó una resolución en la que se pedía tolerancia cero ante la discriminación de los homosexuales. ¿Qué significa esto? En términos prácticos, nada. Simbólicamente, mucho.

La resolución sirvió al menos para dejar en evidencia a los de siempre, los países africanos salvo Sudáfrica y los países árabes, paladines de la homofobia, a los que sólo se les ocurrió justificar su voto en contra de la resolución porque no se había acordado una definición de orientación sexual. Una excusa patética y ridícula que no les impedirá, en cambio, saber quien es gay y lesbiana en sus países para castigarlos, en ocasiones, incluso con la pena de muerte.

Y es que el sistema internacional de protección de derechos humanos aún tiene mucho en lo que mejorar. La resolución de la ONU no es vinculante ni puede exigirse su cumplimiento a instancias de ninguna autoridad nacional ni administrativa ni judicial, con lo que la petición de la ONU quedará en papel mojado, a menos que los distintos gobiernos y parlamentos se empleen a fondo  de verdad en acabar con esa discriminación y en proteger a las minorías sexuales en sus países, por no mencionar ya la despenalización de la homosexualidad, que sigue tipificada como delito en muchos países.

Una vez más, volvemos a lo de siempre. Las declaraciones de este tipo, incluso la plena equiparación legal, son perfectamente deseables y debemos luchar por ellas, pero no debemos dejar pasar por alto el tema de fondo. En un pueblo profundamente homófobo, como lo son muchos pueblos africanos y del mundo árabe, la garantía legal, en caso de aprobarse, sería una mera formalidad con pocas implicaciones prácticas porque el clima de odio general es tan fuerte que ni siquiera los homosexuales se atreverían a acogerse a las normas que les protegieran, en caso de que existiesen. Por otra parte, esas normas tampoco vienen solas. Suelen ser reflejo de un sentir mayoritario de la población. De modo que lo que se exige aquí es mucho más que un cambio legal, una declaración de la ONU o unos sistemas de protección eficientes. Todo eso hace falta cuando todo lo demás, lo más importante, ha fracasado. Lo que de verdad se necesita es un cambio de cultura y de actitud hacia los homosexuales en el mundo, una idea de respeto e igualdad que no existe para muchos no sólo en esos países campeones de la homofobia sino también a veces en países que se dicen avanzados. Movamos pues a la reflexión y a la necesidad de incidir en la educación en esos y otros países para enseñar en el respeto y la diversidad, no sólo a los niños sino también a muchos adultos que no tienen modelos cercanos y realistas de la homosexualidad. Saber es poder. La información y la cultura son nuestras armas. ¡Luchemos!

El País. 17 junio 2011.

domingo, 3 de julio de 2011

Hace un año que salí del armario


Hace un año, el 3 de julio de 2010 por la tarde, salí del armario para mi mejor amigo y en las siguientes horas y semanas para el resto de amigos y familia. Después de un año, parece casi un cliché hacer balance.

La verdad es que prácticamente de la noche a la mañana pude empezar a disfrutar del efecto liberador de salir del armario, de no tener que fingir o esconderse nunca más para la gente que te importa. Esa sensación ha merecido, sin duda, la pena. A partir de ahí, he podido empezar a buscar tener una vida sentimental normal, buscar pareja, incluso tener mi primer novio, con el que al final no han salido del todo bien las cosas, y seguir buscando el amor, que parece que para mí ha venido al final de esta primavera...

La vida sigue y de eso se trata... Para mí, al menos, de poder vivir normalmente mi sexualidad. Más que un carnaval, el orgullo significa para mí la posibilidad de deshinibirse, liberarse y seguir adelante en una etapa sin vergüenza, sin miedo, sin complejos, con la posibilidad de ser abiertamente homosexual sin renunciar a la identidad propia, sin llevar bolso ni tacones, pero tampoco dejándose avasallar. Evidentemente no podemos esperar que las cosas cambien de la noche a la mañana en algunos aspectos y que, por ejemplo, a algunos de nuestros familiares no les lleve algo de tiempo volver a conocer a aquél que creían conocido como la palma de la mano. Pero eso forma parte del trato, luchar por la aceptación plena y la plena igualdad de derechos, especialmente en el ámbito más cercano a uno es una lucha diaria, mucho más espontánea que planeada y que, eso sí, requiere mucha seguridad en uno mismo.

Buena parte de salir del armario tiene que ver con la autoaceptación. Decirle al mundo que perteneces a una minoría sexual sobre la que todavía pesan muchos estereotipos negativos y que ha sido tradicionalmente criminalizada y sojuzgada moralmente requiere algo más que "alegría". Me gustaría animar desde aquí a todos aquellos que aún piensen que es imposible para ellos salir del armario para que tengan la valentía, al menos, de iniciar el camino para autoaceptarse y manifestarse delante de los demás. Fue un camino largo y difícil para mí, especialmente si vienes de un entorno tradicional, pero merece la pena y, al final, cuando lo pienso... Ya ha pasado un año desde que salí del armario, algo que hace tan sólo un par de años no podía ni imaginar.

C-CGAY, 11 noviembre 2010