jueves, 13 de enero de 2011

Heterofascismo


Que la cultura contemporánea es exclusivamente heterosexual es algo que no puede negarse. Si lo gay tiene alguna cabida es, en su caso, como un movimiento contracultural aparte, bien diferenciado y residual estadísticamente. Se trata de un pequeño nicho de mercado, eso es todo, a eso se reduce. Por contra el resto de la cultura sigue teniendo un carácter marcadamente heterosexual hasta un punto que puede calificarse de heterofascismo.

¿Por qué llego tan lejos? De sobra son conocidos claros ejemplos de manipulación sólo dignos del propio Goebbels en películas como Troya ó 300, películas basadas en historias épicas de la Grecia clásica y que desvergonzadamente ignoran ese pequeño detalle del amor entre hombres; como si no hubiera existido; como si no hubiera estado institucionalizado y ampliamente practicado en la Grecia clásica; como si no hubiera sido tema recurrente de escritores de todas las épocas, comenzando por Homero, cuya historia de amor entre Aquiles y Patroclo es literalmente censurada por la Warner Bros en ese espectáculo bochornoso y fascista que es la película Troya. Lo más hiriente de todo esto es que para los griegos antiguos el amor verdadero se daba principalmente entre hombres mientras que a la mujer se la consideraba poco más que un instrumento para dar descendencia.

De modo que la tradicional forma de entender el amor que, generalmente, no entendía de géneros sino más bien de roles sexuales, de edades y de posición social en muchas culturas precristianas, no sólo en la Grecia clásica sino también en Roma, en la India y en otras sociedades como la china, los pueblos precolombinos y algunos pueblos africanos, el amor, digo, pasó a ser algo exclusivamente heterosexual ordenado a la procreación, todo ello por obra del cristianismo y por el éxito de la Europa cristiana en la expansión de sus valores por todo el orbe. Desde entonces hemos avanzado algo y el sexo se entiende cada vez más como algo no sólo procreativo sino también lúdico. En lo que no hemos avanzado nada es en que haya una concepción polisexualista como la de las sociedades de la edad antigua y aun algunas sociedades medievales fuera de Europa. Al contrario, el amor, por obra de occidente, se ha compartimentado por orientaciones sexuales y al amor entre hombres, antaño perseguido y ahora tolerado o respetado según las circunstancias se le ha reservado el carácter residual y contracultural ya reseñado.

Esta ordenación heterosexual del mundo no tiene inconveniente, como hemos visto, en manipular la concepción del amor y las historias de amor mismas de otras civilizaciones más antiguas. Desde su suprema arrogancia intelectual y bajo la coartada de un respeto a las sensibilidades culturales de una mayoría muy piadosa y conservadora, algunas productoras de cine no quieren, sencillamente, que una épica historia de amor entre dos hombres, a saber, Aquiles y Patroclo, les estropee una buena recaudación en taquilla. Bendito dinero aunque venga de una muchedumbre de heteros insensibles que piensan que Homero es un personaje de Matt Groening y que Aquiles y Patroclo eran primos. Será que ahora a ser amantes se le llama ser primos y no me he enterado.

Pero lo que más me molesta de todo esto es que yo haya crecido en esa cultura heterosexualizante, en esa cultura que da por hecho que el amor es hetero y que todos somos heteros hasta que se demuestre lo contrario. Esa sociedad de la presunción de heterosexualidad es la que más daño me ha hecho, crecer como un niño sin referencias polisexuales, sin historias de amor de distintas orientaciones sexuales. Siempre era la Bella y la Bestia; Simba y Nala; la Dama y el Vagabundo; Aladin y Jasmine; la sirenita Ariel y el príncipe Eric; la cenicienta y el Príncipe... De la mano de Disney los gays hemos tenido que ponernos a la fuerza en el rol de amante heterosexual sin tan siquiera poder imaginar que la otra posibilidad estaba ahí y que ni la sexualidad ni el amor son o blanco o negro. Esa es probablemente lo que más nos diferencia a los gays de los heteros, nuestra capacidad, desarrollada aún en contra de nuestra voluntad, de ponernos en el lugar del hetero, incluso de habernos imaginado como un hetero alguna vez, no porque tuvieramos la más mínima atracción por una mujer sino porque era lo que la sociedad demandaba de nosotros a través de toda su cultura uniformemente heterofascista. ¿Cuándo aprenderán, sin embargo, los heteros a vivir en una sociedad culturalmente polisexual?

Muchos lo llamarán homofascismo y plantearán esta reivindicación de contar con una cultura generalista polisexual como nuestro deseo de expandir la homosexualidad o de sembrar la ambigüedad sexual en la sociedad, dejando a la infancia sin “buenos” referentes y haciendo que la gente pierda “el norte”. Pero no es eso lo que pedimos. Queremos una sociedad en la que nadie se sienta incómodo con su orientación sexual y eso lo que exige precisamente es un renuncia de los heteros a su hegemonía cultural, lo que exige no es que los heteros se “vuelvan” gays, cosa imposible, sino que los heteros acepten que su concepción del amor no es la única y que las historias de amor entre hombres o entre mujeres no deben quedar relegadas a una contracultura sino que deben formar un todo integrado en una sociedad polisexual que viva a gusto con las distintas orientaciones sexuales. ¿Tarea imposible? Eso me temo. Los efectos perversos de la moral judeo-cristiana asentada durante dos milenios no pueden terminarse en cuestión de años. Su concepción ha envenenado, puede que para siempre, lo que la gente entiende por defecto cuando se habla del amor. Sin duda, de todos los robos, los más difíciles de combatir son los de las palabras. A la palabra amor le fue arrebatado su significado hace ya demasiado tiempo.

Trayler de Troya en español:

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