jueves, 16 de diciembre de 2010

¿Por qué tu religión te odia?


Si eres gay y te has criado en un entorno tradicional y religioso es probable que hayas tenido aún más problemas para sentirte cómodo contigo mismo en una sociedad ya de por sí bastante heterosexualizante. Si algo me está enseñando mi relación con un musulmán, es que el origen religioso no es tan determinante en la autoaceptación. Para mí como católico fue más difícil aceptarme que para mi novio como musulmán (aclaro que yo ya no soy católico). Sin embargo, cuando hablamos de la aceptación por el entorno, entonces las cosas cambian: no es nada fácil ser musulmán y gay. Por un lado o por otro la religión puede acabar siendo un problema o, mejor dicho, muy probablemente será un problema.

Pero ¿a qué puede deberse esto? Lo primero que debemos pensar es que dios no fue creado para explicar el mundo o lo desconocido. Dios fue creado esencialmente para crear todo un sistema social de comportamiento. El objetivo de tener ese dios no es otro que el logro del dominio por la casta sacerdotal y, por una cosa o por otra, a esa casta nunca le ha interesado la pluralidad en la sociedad y, menos aún, la existencia de minorías como las sexuales. Es una tendencia natural de las religiones reprimir a las minorías salvo, claro está, cuando ellas mismas son esa minoría: entonces se vuelven tolerantes y desafiantes a la vez y aguardan hasta poder tomar el control. Esa manía es consustancial a la religión: como todo sistema de valores busca la uniformidad y ser gay no es nada uniforme.


Pero vayamos un poco más al fondo del asunto. En lo que atañe a la religión cristiana, la razón del odio y la represión de la homosexualidad es clara. El cristianismo está construido en sí como un sistema represor de todo tipo de placeres y, especialmente, de la sexualidad. El cristiano está en el mundo de paso porque este mundo no es el verdadero. El mundo verdadero es el que está después de la muerte y ése es el que el cristiano debe ganarse a través de la virtud, que purifica el alma. La culpa de todo esto la tiene Platón, ya que todo este sistema es básicamente suyo o ni eso, más bien lo copió de los pitagóricos, pero a nosotros nos ha llegado por él a través del cristianismo. El hecho de que el aquí y el ahora no tengan ningún sentido más que en un mundo imaginario creado por los sacerdotes es un absurdo, pero es sobre todo ese absurdo sobre el que se ha creado la represión. Es Platón el primero en destruir el amor convirtiéndolo en algo asexuado. Y, para más señas, véase “El Banquete”. El amor sólo tiene sentido en ese sistema como una mera contemplación de la belleza que nos recuerda la Belleza en Sí, esto es, a dios. El amor en el platonismo y, por ende, en el cristianismo, no es más que ¡una contemplación de dios!


No me preguntéis cómo funciona eso en la cama porque no lo sé. Lo que quieren ellos, en el fondo, es que no funcione y menos en la cama. Por eso, en el cristianismo el sexo sólo tiene sentido como concepción, en tanto que acto creador, don divino que se nos ha dado y, ya de paso, en tanto que mandato directo del antiguo Yavé (recordáis el "creced y multiplicaos"). Todo este fraude intelectual es el responsable de que los cristianos heteros sólo puedan follar para procrear (de ahí la prohibición de los anticonceptivos) y de que los cristianos gays no puedan ni siquiera follar. La homosexualidad en el esquema platónico/cristiano directamente sobra. ¿Qué sentido tiene el amor si no puede “engendrar en la belleza”, esto es, si no puede ser platónico? La única posible relación homosexual en el esquema platónico es el discipulado pulcro y casto. ¿A alguien le extraña ahora que la iglesia católica haya acabado teniendo toda una casta asexuada sacerdotal exclusivamente del género masculino? El sacerdocio es el producto monstruoso de “El Banquete” de Platón, esa obra que sólo debió haberse escrito para saber lo que no es el amor.


De modo que como mi maestro Nietzsche siempre nos recuerda en sus obras, el cristianismo como el ideal ascético no es más que odio contra la vida: la construcción de todo un sistema sobrenatural para la creación de un esquema de antivalores en el que lo bueno pasa a ser lo malvado. Traído a este tema, la creación de una moral que prohíbe el sexo. El genio al que le debemos la expansión de la enfermedad platónica se llama Pablo de Tarso (algunos tienen el descaro de llamarlo “santo”). Todas sus enseñanzas son, esencialmente, un plagio de mi “amigo” Platón aunque con algunos cambios terminológicos. Así, la palabra “amor” de “El Banquete” y el dios Eros acabaron siendo para los cristianos la “caritas” (¡qué decadencia!) hasta que recientemente han vuelto a emplear la palabra amor, recordándonos una vez más cómo han manipulado esa palabra hasta quitarle prácticamente toda significación sexual, nada más lejos de lo que pasaba en la Grecia Clásica, donde Eros era la antesala de Afrodita, del polvo, hablando rápido.

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