Mi tierra es Andalucía, un país situado en el sur de España, que se supone que cuenta con maravillosos paisajes y una gente “única”. Pues bien. Andalucía no es un lugar para vivir, especialmente si eres gay/lesbiana y no hablemos ya de los transexuales. Andalucía es una tierra hostil al talento, a la genialidad y, también, a cualquier estilo de vida que se desvíe de la vulgar autocomplacencia resignada cristiana, de la vida como una cuesta arriba de la que hay que librarse ganando la lotería, dejando de trabajar y dándose al fino en la taberna rajando de todo aquél que hace algo con su vida. Es una tierra, como decirlo, embuída de un platonismo católico que lo envenena todo y que oprime la garganta de la gente sana como sólo lo haría una bota militar. Las calles sinuosas y las casas blancas le recuerdan a uno la desgraciada ocupación musulmana. Las numerosas iglesias católicas y ermitas que completan el panorama convierten el paisaje urbano en un erial que emite un hedor a misticismo que convierte el aire en irrespirable. Sentirse rodeado por la religiosidad popular de un pueblo inculto y supersticioso como el andaluz no es difícil, especialmente cuando los ensayos de las bandas cofrades te recuerdan incluso en Navidad esa monstruosa redención que sólo ha servido para condenar a los cristianos a la muerte en vida. Pero la resignación. ¡Esa resignación! Qué vicio tan perverso, que mirada tan vengativa contra la vida (Gracias, Nietzsche, por dejarmelo tan claro), qué coartada intelectual de la inacción, del dejarse hacer y llevar. Sólo un tsunami puede equiparársele. Y los gays, ¡ah, los gays! Los pueblos latinos, envenenados por su cultura falsamente rebosante de vida son especialmente hostiles a la homosexualidad. Andalucía es, en eso, más papista que el papa. Sólo en Málaga viven más de 600.000 personas lo que hace un total de 60.000 gays y lesbianas aproximadamente. ¿Por qué las parejas gays y lesbianas son una rara avis en el centro de Málaga a diferencia de ciudades como Madrid? ¿Por qué aún no ha llegado esa normalidad a Andalucía? Eso por no hablar del estilo. ¿Es que en ese país tienen estropeado el sentido del gusto? La vulgaridad que ocupa tanto espacio vacío en sus cavidades craneales parece supurar impregnando todo el ambiente, los edificios, las calles, de un grisáceo deslucido y feo que toma forma en edificios incompatibles y de mal gusto: una arquitectura fea y retorcida, toda una proyección freudiana hecha realidad. No me interpretéis mal, lo mejor que ha hecho Andalucía por mí es estar en España, que a su vez está en la UE y permitirme así salir de ese erial del talento. Después de todo Andalucía no está tan mal situada y, probablemente, haya sitios que tengan aún más potenciados todos estos defectos. Pero ¡ay! Yo los he padecido allí. Nada más liberador que pasar despeñaperros. Sí, de Gibraltar hacia el sur mejor ni hablar.
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