De vez en cuando la realidad le da a uno alguna que otra bofetada en la cara con pequeños detalles que te recuerdan que todo está pensado para los heterosexuales. Un ejemplo de estos lo tuve ayer cuando fui a comprarle a mi novio una tarjeta navideña de esas algo más personalizadas en las que pone el “status” de la persona destinataria.
En mi caso, yo buscaba una tarjeta con la palabra “novio”. Y, claro, muchas tarjetas incluían dibujitos con parejas heterosexuales. Después de estar un rato buscando, encontré una en la que los dos monigotes no tenían género identificable. Podía ser tanto una pareja gay como hetero: era mi tarjeta perfecta. No obstante, no quería dejar pasar la ocasión sin plantear el debate una vez más. Hasta qué punto nuestras sociedades son incluyentes, hasta qué punto los gais somos unos paranoicos de la discriminación, hasta qué punto la sociedad es realmente heterosexualizante…
El otro debate viene por el lado comercial. ¿Es rentable producir tarjetas para un público LGBT? Y, si no es así, ¿a qué se debe eso: a que por volumen de negocio no representamos un nicho de mercado atractivo, a que somos tan poco románticos que no regalamos tarjetas o a que el número de parejas estables es tan bajo que eso reduce aún más el mercado objetivo?
El tema comercial casi prefiero no discutirlo porque no dispongo de datos. Sobre las primeras cuestiones que planteaba, a estas alturas me considero poco o nada paranoico de la discriminación y tengo muy pocos motivos para quejarme. Aún así, creo que la sociedad es aún muy heteronormativa y que la homosexualidad no tiene aún la presencia real que debería tener por el número real de gays y lesbianas.
Uno de los factores puede ser el de la efectiva represión de la homosexualidad. En el país en el que vivo, éste no suele ser el caso. Aún así, muchos gays no se consideran aún lo suficientemente cómodos como para mostrar sus afectos en público, ser románticos o, simplemente, comportarse como una pareja más. Y esto cuando llegan a tener pareja estable porque muchas veces, la falta de voluntad de superar todas esas barreras de visibilidad hace mucho más fácil ser el gay de royo de una noche, al que nadie ve con pareja, que el gay que se compromete con alguien y cuenta con él en su vida incluyendo familia, amigos y compañeros de trabajo.
Las parejas gays tenemos en ese sentido una responsabilidad de actuar con la mayor normalidad posible con el fin de ayudar a la sociedad a superar esas barreras que aún existen en la visibilidad de la homosexualidad, simplemente como la faceta afectivo sexual de una minoría de la sociedad que, en el fondo, comparte con el resto unos mismos inquietudes y objetivos. Si algo podría diferenciarnos, es precisamente que, a veces, por nuestra situación de minoría y tradicional aislamiento y represión (sea esta física, moral, cultural o intelectual), tenemos que añadir otras inquietudes y objetivos que siguen haciéndonos, desafortunadamente, distintos a los demás. Luchemos por cambiar eso.
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