domingo, 11 de septiembre de 2011

Impresiones de un royo de verano

Este verano he tenido una de las historias de amor/amistad más bonitas de mi vida y no puedo parar de pensar en qué habría pasado si las circunstancias hubieran sido otras, en si hubiera actuado de otra manera. La situación no podía ser más bonita para mí al comienzo. Cuando le conocí, se abrió mi corazón, todo era de color de rosa, a él lo veía guapo, de mi edad, pero con experiencia, inteligente, interesante, con sentido del humor y su situación normalizada con su familia (fuera del armario al menos para la familia nuclear)… Vamos, casi perfecto. Un jueves de junio nos conocimos por primera vez, le besé en la despedida al más puro estilo de las películas: yo estaba henchido de pasión y él se mostraba receptivo. Al día siguiente quedé con él a solas: más juego de cortejo. El sábado estaba con una amiga y me apunté al plan. Al cabo, fuimos a un bar de ambiente y nos besamos desenfrenadamente… Pobre amiga. Entre bar y bar, íbamos de la mano. Todo parecía simplemente perfecto.


Sin embargo, pronto la magia se rompió. Si no me falla la memoria, el domingo ya tuvimos la primera “slow-down-chat”. Iba muy rápido para su ritmo: demasiada precocidad. Me dijo que no se iba a enamorar ni en una semana ni en dos ni en tres ni en un mes ni en dos. Yo callaba con el corazón parcialmente roto, pero quedaba esperanza de que se enamorara de mí. La siguiente semana me asaltaban las dudas sobre sus sentimientos. Quería quedar y muy a menudo. Se mostraba, en cambio, mucho más frío y distante que los primeros días. Yo estaba colgado por él y crecientemente confuso. Cuando me dijo que se lo quería tomar con calma aquella tarde de domingo del primer fin de semana, no sabía muy bien si se refería sólo al sexo, a los sentimientos o a todo. A las tres semanas se vio que el sexo, increíble, pero escaso, no se iba a dejar esperar tanto. Parecía que eran los sentimientos lo que planteaban mayores dudas. Yo ya había ido atando cabos: él estaba temporalmente en la ciudad y había salido de dos relaciones largas, intensas y, al final, dolorosas. Su corazón parecía estar recubierto de una armadura muy resistente. A través de una sistemática distancia, sólo rota por espontáneos y dulcísimos momentos de romanticismo, dejaba claros los tiempos y la ausencia de compromiso o cualquier tipo de sentimiento profundo.


Yo seguía, empero impenitente. Mantenía mis sms dulces, mis gestos cariñosos, mis piropos… Estaba enamorado. Él, en cambio, me había dicho que le gustaba mucho y que le importaba mucho, pero nada más. Las noches de cenas románticas en restaurantes y en su habitación habían pasado, tanto como los bailes sensuales delante de nuestros amigos o los paseos llenos de confidencias familiares o personales. A los pocos días de marcharme de vacaciones tres semanas, un fin de semana de agosto, le dije, después de mucho tonteo en la cama (sin hacer nada más), que le quería. Pero su rostro se echó contra el edredón mientras musitaba los lamentos de alguien que ha descubierto que sus temores son ciertos. Mi declaración le planteaba un nuevo escenario. Tras una ligera ausencia mía de la habitación, regresé y hablamos. “No podría decir lo mismo por ti así que esto me pone en la situación de seguir y hacerte daño o dejarlo”. “No quiero hacerte daño, esto me ha pasado más veces con otros y no quiero hacerte daño”. Yo fui franco. Le dije que me gustaba mucho y que me había declarado como muestra de afecto y de cariño, que no pretendía empujarle a nada serio, que era perfectamente consciente de la situación, que podía acabarse en septiembre, pero que, aun así, habían sido los dos meses más maravillosos de mi vida. 


El día de la despedida previo a mi marcha de vacaciones, él se negó a hacerlo sin dar más razones. No en una despedida porque, aparentemente, se perdían energías y luego daban más ganas de sexo. Yo presentía que mis palabras tenían algo que ver con lo que estaba pasando. La última vez que lo hicimos, perdí mi virginidad de activo, fue increíble y la sola idea de no poder volver a repetirlo me atormentaba. Nos despedimos con un beso, todo parecía casi normal, pero ya no era lo mismo. Desde que he vuelto de mis vacaciones, aún no le he besado y no ha sido precisamente porque no le haya visto, pero allí llegaré más tarde. Los primeros días de vacaciones todo parecía normal, pero los “besos” como despedida en los emails fueron sustituidos por fríos “saludos” o “abrazos”. La primera vez que me di cuenta de este cambio repentino en el tratamiento, se me heló el corazón. Sabía que estaba perdiéndole y no tenía forma de evitarlo. Sabía que ni aún estando en la misma habitación podría moverle de sus trece ni de su postura paternalista del “no hacerme daño”. Mientras siguiera pensando que yo sentía algo más por él de lo que él podía corresponder, estaba claro que no íbamos a ir a ningún sitio. Si podíamos recuperar lo que teníamos o no, sigue siendo un misterio que cada vez parece más un imposible.


El día del cumpleaños de mi padre, empezamos a chatear como de costumbre. Su inusitada distancia, ahora algo quebrada, se mostraba indolente. A mis alusiones sexuales respondió que pensaba que no tendría más sexo conmigo después de lo que pasó porque no quería confundirme. Yo le dije que no era eso lo que me confundía, que podíamos ir a una relación más puramente sexual. Según él, lo hablaríamos. Nuestra relación parecía haber pasado su pico de sequedad, pero los besos y los piropos no volvieron, no han vuelto todavía. El primer día de mi regreso, quedamos a tomar unas pintas en el sitio de costumbre. Tras una larga conversación sobre muchos temas diversos, salió lo nuestro. Me dejó claro que le faltaba algo en mí, esa chispa que le permitiría tener una relación conmigo. Mis sentimientos se habían enfriado mucho para entonces, en buena medida fruto de su distancia y de muchos días de rompecabezas sobre nuestra situación de “friends with benefits”. No me dolió tanto como podía imaginarme. Ya era consciente de que plantearse una relación en nuestro caso era un sin sentido, especialmente considerando sus perspectivas de quedarse en la misma ciudad. Yo quería saber, sin embargo, si íbamos a volver a hacerlo o no. 


Volví a poner encima de la mesa mi postura, pero no parecía convencido. Según él, sólo sexo no me convencía demasiado: yo buscaba una relación. Aquí jugué la carta de la confidencia, le dije cual era mi situación, que era probable que tuviera que moverme en cuestión de meses o un año y que no me plantearía una relación con alguien a menos que supiera que podría mantenerlo en la distancia. También le dije que nunca había pensado en él sobre eso. Mentí. Claro que me había imaginado una hipotética relación con él como parte de ese futuro color de rosa. Su respuesta fue de lo más ambigua. Pareció quedar claro que no íbamos a volver a hacerlo inmediatamente porque entonces no habría habido ninguna diferencia. Sonaba a que estaba castigándome sin sexo por atreverme a ser romántico o expresar sentimientos... Dejaba la puerta abierta, en cambio, a hacerlo otra vez. No podía evitar sentirme totalmente on the hook.


Es lo que pasa cuando se racionaliza tanto una relación de amistad especial sin dejarse llevar. Al final, tanta pausa y tanta conversación sólo ayudan a frenar la pasión, perder muchos polvos y, es posible que ahorre parte de la amargura de la despedida, pero ¿merece la pena en términos de experiencias no vividas? Ahora puede que le quede menos de un mes aquí. Hemos seguido hablando a menudo, pero nada más. Puede que lo hagamos otra vez, pero ¿cuánto? ¿Una vez o dos y justo antes de que se vaya? Nunca dejaré de pensar que es absurdo perderse esas experiencias simplemente por darle tantas vueltas a la cabeza a algo que no tiene más. Ya se lo dije: que era totalmente consciente de la situación, pero que eso no obstaba que no quisiera aprovechar el momento, ser romántico y mostrarle mis afecciones y sentimientos sin pretender entrar en una relación seria. En esto yo, que me considero una persona fría y racional, creo que he mostrado ser mucho más espontáneo, quizás porque no me restrinjen las heridas del pasado que él sí puede tener, pero todos tenemos derecho a vivir, a amar y a ser heridos también en un momento dado como parte de la moneda de dos caras que es la felicidad: llena de buenos momentos sólo apreciables en contraste por los momentos duros que hicieron posibles los otros.


No sé en qué quedará lo nuestro. Parece que, pase lo que pase, mantendremos nuestra amistad, pero que no pasará de ahí. Sea lo que sea siempre lamentaré lo que no ha pasado: esos polvos que no hemos echado, esos momentos románticos que no hemos tenido, esa posible relación. Yo sé que si él hubiera estado por la labor, podría haberse entregado a nuestra amistad y haberse descubierto enamorado de mí si huberia dejado galantearse, conquistarse, si se hubiera dejado vivir. Ahora nunca lo sabremos y, en el fondo, esta experiencia lo único que me enseña es que si se busca evitar el daño al final lo único que se consigue es dilatarlo en el tiempo en pequeñas dosis con pequeños gestos de distancia. No sé qué será mejor o peor, pero intuyo que habría preferido un mal trago mayor al final y haber disfrutado estos dos o tres meses plenamente a haber estropeado el “durante” para tener un final insatisfactorio menos agrio. ¿Por qué ese miedo a los sentimientos, a enamorarse, a querer a alguien? ¿Por qué esas armaduras de acero? ¿Por qué esa distancia, esas prevenciones, esos juegos ambiguos de coqueteos sin implicaciones? ¿Es que la gente tiene miedo a ser feliz o, mejor dicho, a poner todo de su parte e intentarlo por el solo miedo al fracaso?

4 comentarios:

  1. José, quiero dejar un comentario, pero para ser honesto, no conozco una forma en que crea que pueda serte de mucha ayuda en verdad. Es que es un tema muy tuyo, muy íntimo, lo suficiente como para, contradictoriamente, dejarlo salir al mundo. Pero bueno, diré lo que me pareció.En primer lugar, guau, parece más una película que un relato verídico, y no lo digo sarcásticamente, quiero decir que posee ese tipo de encanto. Luego pues, parece comprobar mi teoría (que supongo todos pensaron alguna vez)de que enamorarse o apasionarse por un hombre muchas veces acaba en una tragedia, de la que sólo nosotros víctimas al no ser correspondidos; por otra parte, y esto avala lo que dije antes, sólo lo he leído una vez, y aunque siento que leerlo de nuevo sería mejor creo que no lo haré, no porque no quiera, sino porque siento que me recuerda a mis propios fracasos jaja, pero bueno, tal vez lo haga. La verdad, nunca viví algo similar, pero sé lo que extrañar, desear, necesitar y querer sentir cerca tuyo una presencia física que te "Sí, mis puertas están abiertas para vos", y luego descubrir que sólo fue y será siempre un sueño. Dejando las comparaciones, veamosle el lado positivo: pudiste contarle lo que te pasaba y no salió corriendo a la primera oportunidad, te dejó compartir su intimidad y pasaron buenos momentos juntos, y eso nadie puede quitártelo, ni a vos ni a él (Bueno, esto suena un poco vengativo, pero es la verdad jaja). En cuanto al dolor...no puedo darte una receta exacta para que se vaya, salvo las clásicas, que más de una vez son inútiles: tiempo, olvido, resignación...tal vez, con suerte, sea de esos recuerdos que un encuentro cordial, un aceptar las cosas y otro nuevo sujeto puedan hacer esfumarse. Yo he tenido un metejón(una obsesión, sólo que decirle así es verlo más cómicamente acá, igual ya no se usa) con un pibe de mi edad el año pasado y me duro hasta principios de éste, cuando vi que se ponía distante. Y bueno, fue insistir en mi cabeza hasta aceptar y obligarme a ver sus defectos y nuestras extremas diferencias para sacármelo del todo de la mente. Aunque, también ayudó uno que apareció ahora jaja. Ahora me causa gracia recordar ese metejón, que también llegó a su punto más excitante precisamente en verano. "Pequeña" diferencia, casi al 100% que es hetero, el nuevo no, por suerte. En fin, si ves que no hay más posibilidades, sacatelo lo más rápido que puedas, si ya no lo hiciste. Es lo mejor para no salir dañado ni dañar tampoco. Por último, perdón por la extensión, y por haberlo leído recién ahora; en cierta forma, me resultaba un espejo donde no quería verme reflejado, además de otras cosas que me ocupaban. Eso dijiste ser "frío y racional", ¿Puedo saber tu signo? Aunque no creas en eso, decímelo si podés. Sí sos del mío, me ayudás a comprobar algo (nada ofensivo). Saludos José, y no dejés que cosas así te dejen llevar. Un poco sí. Demasiado, ya es tóxico.

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  2. Hola, Anónimo, gracias por tu comentario.
    La verdad es que aunque no haya acabado como yo quería, tampoco ha acabado mal. Ahora somos buenos amigos, sigo teniendo confianza con él para hablar de casi todo y, bueno, ya doy por hecho que no va a haber nada más entre nosotros así que estoy buscando. La mejor forma de dejar atrás la frustración de la relación que no hemos tenido es encontrar a alguien y volver a intentarlo :)
    Sobre mi signo, no te lo voy a decir para no darle espacio a este tipo de cosas. Lamento si suena arrogantemente racionalista.
    Gracias por compartir un poco de tu intimidad con nosotros.

    Un saludo.

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  3. No hay problema, mejor de hecho jaja, siempre acabo peleando por cuestiones de los signos del zodiaco, es que aunque muchos no lo creen describen bastante bien a las personas. Ahora sí, José, debo agradecerte infinitamente por las fotos Chris Evans, Dios, simplemente me enloquece, creo que de todos los que te dije, es mi favorito la verdad. Te paso nuevos nombres, eso sí, creo que todos son brasileños, es que están dando una novela de por allí, y trabajan algunos de éstos: Marcello Antony, Dado Dolabella, Henri Castelli, Reynaldo Gianecchini, Benjamín Vicuña, Segundo Cernadas, Théo Becker, Thiago Rodrigues, Facundo Arana, Caua Reymond, Iran Malfitano, Kayky Brito, Beau Mirchoff, y Bruno Gagliasso. Ufff...que largo jaja, en fin espero que te sirva y te solvente bastante tiempo, sumándole tus elecciones personales. Por ahora, es todo lo que he encontrado de nuevo, espero te agrade; saludos José.

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  4. Hola Anónimo, gracias por tu comentario y tus sugerencias. Las tendré muy en cuenta ;)

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