miércoles, 28 de septiembre de 2011

Leonardo Miggiorin

Terminamos el mes de septiembre con otra sugerencia más de Anónimo. Leonardo Miggiorin, actor y cantante brasileño, tiene imágenes en las que está muy bien y otras en las que no da nada de morbo. Aquí os dejo un par que no están mal aunque el pelo en una de ellas no le favorezca demasiado...



domingo, 25 de septiembre de 2011

Censura en TV de contenidos gay

El blog Quinta Temporada de El País publicaba ayer una interesante entrada sobre la censura de contenidos gay en películas y series de televesión en canales de televisión de diversos países.

La censura, efectuada con el pretexto de la protección de la infancia o de no herir la sensibilidad de los espectadores, se cae por su propio peso cuando las mismas cosas que se censuran entre dos hombres o dos mujeres, por ejemplo, besos, no se censuran en el caso de las parejas heterosexuales. De esto parece que debemos inferir que para muchos canales los contenidos gay son aún potencialmente dañinos para la sensibilidad de la audiencia, una audiencia que, en ese caso, de lo que carecería precisamente sería de sensibilidad: de sensibilidad hacia las minorías, especialmente las sexuales.
Es una pena que esto haya que decirlo y que haya que llamar al orden a estos canales de televisión entre los que se encuentran, por ejemplo, el italiano RAI, pero este tipo de censura sería equivalente a censurar besos u otros actos cariñosos entre parejas de negros o mixtas. Lo que en este caso sería considerado puro racismo y, por consiguiente, injustificable parece de lo más razonable si lo que tapa es la homosexualidad, como si no existiera, como si debiera ser invisible, como si fuera algo ofensivo.

Laura Contreras: Quinta temporada
El País, 24 septiembre 2011

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Chris Evans

Hoy nos visita el actor y modelo norteamericano Chris Evans, también por sugerencia de Anónimo. ¡Disfrutad!




Chris Evans en la wikipedia

miércoles, 14 de septiembre de 2011

domingo, 11 de septiembre de 2011

Impresiones de un royo de verano

Este verano he tenido una de las historias de amor/amistad más bonitas de mi vida y no puedo parar de pensar en qué habría pasado si las circunstancias hubieran sido otras, en si hubiera actuado de otra manera. La situación no podía ser más bonita para mí al comienzo. Cuando le conocí, se abrió mi corazón, todo era de color de rosa, a él lo veía guapo, de mi edad, pero con experiencia, inteligente, interesante, con sentido del humor y su situación normalizada con su familia (fuera del armario al menos para la familia nuclear)… Vamos, casi perfecto. Un jueves de junio nos conocimos por primera vez, le besé en la despedida al más puro estilo de las películas: yo estaba henchido de pasión y él se mostraba receptivo. Al día siguiente quedé con él a solas: más juego de cortejo. El sábado estaba con una amiga y me apunté al plan. Al cabo, fuimos a un bar de ambiente y nos besamos desenfrenadamente… Pobre amiga. Entre bar y bar, íbamos de la mano. Todo parecía simplemente perfecto.


Sin embargo, pronto la magia se rompió. Si no me falla la memoria, el domingo ya tuvimos la primera “slow-down-chat”. Iba muy rápido para su ritmo: demasiada precocidad. Me dijo que no se iba a enamorar ni en una semana ni en dos ni en tres ni en un mes ni en dos. Yo callaba con el corazón parcialmente roto, pero quedaba esperanza de que se enamorara de mí. La siguiente semana me asaltaban las dudas sobre sus sentimientos. Quería quedar y muy a menudo. Se mostraba, en cambio, mucho más frío y distante que los primeros días. Yo estaba colgado por él y crecientemente confuso. Cuando me dijo que se lo quería tomar con calma aquella tarde de domingo del primer fin de semana, no sabía muy bien si se refería sólo al sexo, a los sentimientos o a todo. A las tres semanas se vio que el sexo, increíble, pero escaso, no se iba a dejar esperar tanto. Parecía que eran los sentimientos lo que planteaban mayores dudas. Yo ya había ido atando cabos: él estaba temporalmente en la ciudad y había salido de dos relaciones largas, intensas y, al final, dolorosas. Su corazón parecía estar recubierto de una armadura muy resistente. A través de una sistemática distancia, sólo rota por espontáneos y dulcísimos momentos de romanticismo, dejaba claros los tiempos y la ausencia de compromiso o cualquier tipo de sentimiento profundo.


Yo seguía, empero impenitente. Mantenía mis sms dulces, mis gestos cariñosos, mis piropos… Estaba enamorado. Él, en cambio, me había dicho que le gustaba mucho y que le importaba mucho, pero nada más. Las noches de cenas románticas en restaurantes y en su habitación habían pasado, tanto como los bailes sensuales delante de nuestros amigos o los paseos llenos de confidencias familiares o personales. A los pocos días de marcharme de vacaciones tres semanas, un fin de semana de agosto, le dije, después de mucho tonteo en la cama (sin hacer nada más), que le quería. Pero su rostro se echó contra el edredón mientras musitaba los lamentos de alguien que ha descubierto que sus temores son ciertos. Mi declaración le planteaba un nuevo escenario. Tras una ligera ausencia mía de la habitación, regresé y hablamos. “No podría decir lo mismo por ti así que esto me pone en la situación de seguir y hacerte daño o dejarlo”. “No quiero hacerte daño, esto me ha pasado más veces con otros y no quiero hacerte daño”. Yo fui franco. Le dije que me gustaba mucho y que me había declarado como muestra de afecto y de cariño, que no pretendía empujarle a nada serio, que era perfectamente consciente de la situación, que podía acabarse en septiembre, pero que, aun así, habían sido los dos meses más maravillosos de mi vida. 


El día de la despedida previo a mi marcha de vacaciones, él se negó a hacerlo sin dar más razones. No en una despedida porque, aparentemente, se perdían energías y luego daban más ganas de sexo. Yo presentía que mis palabras tenían algo que ver con lo que estaba pasando. La última vez que lo hicimos, perdí mi virginidad de activo, fue increíble y la sola idea de no poder volver a repetirlo me atormentaba. Nos despedimos con un beso, todo parecía casi normal, pero ya no era lo mismo. Desde que he vuelto de mis vacaciones, aún no le he besado y no ha sido precisamente porque no le haya visto, pero allí llegaré más tarde. Los primeros días de vacaciones todo parecía normal, pero los “besos” como despedida en los emails fueron sustituidos por fríos “saludos” o “abrazos”. La primera vez que me di cuenta de este cambio repentino en el tratamiento, se me heló el corazón. Sabía que estaba perdiéndole y no tenía forma de evitarlo. Sabía que ni aún estando en la misma habitación podría moverle de sus trece ni de su postura paternalista del “no hacerme daño”. Mientras siguiera pensando que yo sentía algo más por él de lo que él podía corresponder, estaba claro que no íbamos a ir a ningún sitio. Si podíamos recuperar lo que teníamos o no, sigue siendo un misterio que cada vez parece más un imposible.


El día del cumpleaños de mi padre, empezamos a chatear como de costumbre. Su inusitada distancia, ahora algo quebrada, se mostraba indolente. A mis alusiones sexuales respondió que pensaba que no tendría más sexo conmigo después de lo que pasó porque no quería confundirme. Yo le dije que no era eso lo que me confundía, que podíamos ir a una relación más puramente sexual. Según él, lo hablaríamos. Nuestra relación parecía haber pasado su pico de sequedad, pero los besos y los piropos no volvieron, no han vuelto todavía. El primer día de mi regreso, quedamos a tomar unas pintas en el sitio de costumbre. Tras una larga conversación sobre muchos temas diversos, salió lo nuestro. Me dejó claro que le faltaba algo en mí, esa chispa que le permitiría tener una relación conmigo. Mis sentimientos se habían enfriado mucho para entonces, en buena medida fruto de su distancia y de muchos días de rompecabezas sobre nuestra situación de “friends with benefits”. No me dolió tanto como podía imaginarme. Ya era consciente de que plantearse una relación en nuestro caso era un sin sentido, especialmente considerando sus perspectivas de quedarse en la misma ciudad. Yo quería saber, sin embargo, si íbamos a volver a hacerlo o no. 


Volví a poner encima de la mesa mi postura, pero no parecía convencido. Según él, sólo sexo no me convencía demasiado: yo buscaba una relación. Aquí jugué la carta de la confidencia, le dije cual era mi situación, que era probable que tuviera que moverme en cuestión de meses o un año y que no me plantearía una relación con alguien a menos que supiera que podría mantenerlo en la distancia. También le dije que nunca había pensado en él sobre eso. Mentí. Claro que me había imaginado una hipotética relación con él como parte de ese futuro color de rosa. Su respuesta fue de lo más ambigua. Pareció quedar claro que no íbamos a volver a hacerlo inmediatamente porque entonces no habría habido ninguna diferencia. Sonaba a que estaba castigándome sin sexo por atreverme a ser romántico o expresar sentimientos... Dejaba la puerta abierta, en cambio, a hacerlo otra vez. No podía evitar sentirme totalmente on the hook.


Es lo que pasa cuando se racionaliza tanto una relación de amistad especial sin dejarse llevar. Al final, tanta pausa y tanta conversación sólo ayudan a frenar la pasión, perder muchos polvos y, es posible que ahorre parte de la amargura de la despedida, pero ¿merece la pena en términos de experiencias no vividas? Ahora puede que le quede menos de un mes aquí. Hemos seguido hablando a menudo, pero nada más. Puede que lo hagamos otra vez, pero ¿cuánto? ¿Una vez o dos y justo antes de que se vaya? Nunca dejaré de pensar que es absurdo perderse esas experiencias simplemente por darle tantas vueltas a la cabeza a algo que no tiene más. Ya se lo dije: que era totalmente consciente de la situación, pero que eso no obstaba que no quisiera aprovechar el momento, ser romántico y mostrarle mis afecciones y sentimientos sin pretender entrar en una relación seria. En esto yo, que me considero una persona fría y racional, creo que he mostrado ser mucho más espontáneo, quizás porque no me restrinjen las heridas del pasado que él sí puede tener, pero todos tenemos derecho a vivir, a amar y a ser heridos también en un momento dado como parte de la moneda de dos caras que es la felicidad: llena de buenos momentos sólo apreciables en contraste por los momentos duros que hicieron posibles los otros.


No sé en qué quedará lo nuestro. Parece que, pase lo que pase, mantendremos nuestra amistad, pero que no pasará de ahí. Sea lo que sea siempre lamentaré lo que no ha pasado: esos polvos que no hemos echado, esos momentos románticos que no hemos tenido, esa posible relación. Yo sé que si él hubiera estado por la labor, podría haberse entregado a nuestra amistad y haberse descubierto enamorado de mí si huberia dejado galantearse, conquistarse, si se hubiera dejado vivir. Ahora nunca lo sabremos y, en el fondo, esta experiencia lo único que me enseña es que si se busca evitar el daño al final lo único que se consigue es dilatarlo en el tiempo en pequeñas dosis con pequeños gestos de distancia. No sé qué será mejor o peor, pero intuyo que habría preferido un mal trago mayor al final y haber disfrutado estos dos o tres meses plenamente a haber estropeado el “durante” para tener un final insatisfactorio menos agrio. ¿Por qué ese miedo a los sentimientos, a enamorarse, a querer a alguien? ¿Por qué esas armaduras de acero? ¿Por qué esa distancia, esas prevenciones, esos juegos ambiguos de coqueteos sin implicaciones? ¿Es que la gente tiene miedo a ser feliz o, mejor dicho, a poner todo de su parte e intentarlo por el solo miedo al fracaso?

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Carmo Dalla Vecchia

Actor y modelo brasileño en C-CGAY por cortesía de Anónimo una vez más. Carmo Dalla Vecchia tiene una imagen para comenzar el mes con alegría:


domingo, 4 de septiembre de 2011

Virgen a los 31

Cuando a algún hetero desaprensivo se le ocurre decir que la gente "se hace gay por moda" me acuerdo de mi situación personal, de lo que me costó salir del armario y de lo duro que fue aceptarme a mí mismo y, posteriormente, aceptar quien soy delante de los demás. Aquí os traigo el enlace de un hombre que ha salido del armario a los 31 y es virgen. Él le pregunta a una sexóloga del diario británico The Guardian si debería decírselo a la primera persona con la que tenga relaciones sexuales o si, por contra, pensará que es raro. Muchos, por desgracia, pasan por alto estos casos y siguen jugando a dar una imagen frívola de la homosexualidad ayudados por los estereotipos y los medios de comunicación, muchas veces en connivencia con la cultura gay oficial.

Pamella Stephenson Connolly, The Guardian, 4 August 2011