La palabra gay en inglés antiguo significa alegre. Y es que parece que eso de etiquetar nuestra orientación sexual viene de largo. En este caso, la etiqueta es algo condescendiente, a menos que profundicemos un poco. Está bien estar alegre, pero ser alegre... Quizás la gente de vida alegre pueda permitírselo. Esta etimología puede conllevar una serie de connotaciones siempre relacionadas con el pecado, lo pecaminoso, lo irresponsable... La gente que es alegre, que toma decisiones alegremente, que alegremente folla con otros hombres y que es de vida alegre.
Pero, en fin, tampoco vamos a sacar las cosas de quicio por una palabra con la que en un principio no se nos quería tomar muy en serio. Porque en el fondo se trata de eso, de banalizarnos... Por otro lado, hay todo un catálogo de insultos que la civilización, en su “sabia” y ancestral homofobia, ha sabido depararnos: sopla-nucas (activo), come-almohadas (pasivo), maricón (Una Mari con una XXL), marica (diminutivo de Mari Carmen), sarasa (no tengo ni idea), come-pollas (demasiado explícito como para aclararlo). En fin, hay un sin fin de términos con los que dedicarle unas “elogiosas” palabras a cualquiera de nosotros. Tal vez, el término más neutro, también el de origen más científico sea homosexual. Es el término verdaderamente neutral, que no comporta cargas de valor o emocionales. Pero la cuestión es qué connotaciones tiene o sigue teniendo la palabra gay en la actualidad.
En cierto sentido debemos alegrarnos de que poco a poco esa palabra más inicua, que no del todo inocente, haya reemplazado los términos despectivos que, por otro lado, siguen usándose en el lenguaje coloquial para determinar actitudes poco varoniles (algún progre ha seguido reprochando esas actitudes empleando la palabra gay o derivados como gayer: ¡qué considerados!). Sin embargo, lo gay tiene una significación evidente en términos de lo que en marketing se conocería como asociaciones de valor. Moda, estilo, alta capacidad adquisitiva, diseño, decoración, arte, ópera... Prácticamente todas las asociaciones de valor ligadas a lo gay tienen relación directa con cuestiones tradicionalmente consideradas poco o nada masculinas y, en cualquier caso, poco aconsejables para el hombre preocupado por su reputación. Y no es que yo le quiera hacer el trabajo sucio al heterosexismo que aún subyace en nuestra cultura y en los movimientos contraculturales homosexuales, pero debemos ser conscientes de que las cosas no habrán cambiado del todo hasta que el lenguaje, que es la filosofía viva de un pueblo, no acabe con esas asociaciones de valor.
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